“Éxodo: Dioses y Reyes” (2014), un Moisés ateo e intratable
- Consultorías Stanley
- 6 ene 2024
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Actualizado: 11 mar
Ridley Scott es, como Martin Scorsese y como muchos otros directores de menor fama, un gran exponente del desgastado cine de la imagen-movimiento que el pensador Gilles Deleuze ya desenmascaró y refutó en sus estudios de cine de los años 1980. En todos sus filmes, desde “Alien” (1979) hasta esta adaptación renovada del Éxodo, hay un ser humano que por circunstancias ajenas a su voluntad tiene que tomar las armas y defenderse de alguien o algo que quiere destruirlo; la confrontación final entre dos fuerzas es su mejor logro, con el invariable resultado, según la convención del Deus ex machina, del triunfo del héroe.
Las mejores escenas de “Éxodo: Dioses y Reyes” son aquellas en las que John Tuturro actúa como el faraón de Egipto y Ben Kingsley como el judío que debe convencer, ya no a Schlinder, sino a Moisés-Batman, de que él es el líder que el pueblo oprimido de Israel ha estado esperando por años. Lo demás es un flojo remake de las grandes películas de Cecil B. de Mille.
La causa del fracaso de Scott es su escasa fe en lo que hace; los productores decidieron financiar a un director que se jacta públicamente de ser ateo y que nos presenta las 10 plagas de Egipto como consecuencia de unos cocodrilos que devoraron a media docena de pescadores. Scott hace de Moisés un temeroso que no se presenta al faraón durante estas plagas, sino que las aprovecha para enviarle un becerro con un mensaje escrito en el lomo.
El “sabio” egipcio que presenta las plagas como causas naturales es el portavoz de los argumentos científicos que Scott prefiere para explicar aquellos castigos divinos, pero sus esfuerzos por atribuir el cambio climático al azar fracasan cuando dicho “sabio” es patéticamente ahorcado por el faraón.
Christian Bale nos demuestra que los héroes de DC comics como Batman no le llegan ni a las suelas a los héroes bíblicos, y mucho menos a uno de los más grandes, Moisés, quien a sus 80 años se atrevió a desafiar al monarca más poderoso de la tierra sin otro argumento que su fe.
Bale no solo es ateo, sino también fanático de la secta atea, de aquellos que le dicen a los niños que Santa Claus o el divino niño Dios no existen; en una reveladora escena, su amante beduina le suplica que no le diga a su hijo que Dios es una invención de la mente humana. Poco después, Bale es víctima de un derrumbe que lo deja cubierto de barro hasta la nariz; un claro intento de Scott no solo de ignorar sino de profanar la primera demanda que Dios le hiciera a Moisés en Éxodo: “Quítate tus sandalias, que la tierra que pisas es sagrada”.
Bale revive los gestos y gruñidos de Batman en un Moisés temeroso e irascible que no cree en Dios, ni siquiera después de que éste se le manifiesta ya no en una zarza ardiente, la cual Scott deja como un bonito adorno de la escenografía, sino en un niño malcriado que vive obsesionado con los generales y las guerras.
Las profanaciones de Scott contra Dios no se detienen ahí; Bale le alza la voz a Dios en varias escenas y le grita tratándolo como a un simple Dios entre otros. El mismo título ya demuestra su irreverencia; no sorprende al espectador, por lo tanto, cuando el mocoso malcriado que representa a Dios no le dice a Bale que Él es el que es.
Scott lleva su escepticismo a tal punto que Bale pierde el conocimiento ante aquel niño, y cuando Bale despierta enfermo en casa, conjetura que todo ha sido un sueño.
Pero tanto la idea caprichosa y mezquina de Dios como la de un Batman/Moisés se desmoronan cuando se ven obligados a representar fidedignamente el texto del Éxodo. El cambio ocurre cuando Moisés finalmente se presenta ante el faraón a anunciar la última plaga, la de la muerte de los primogénitos.
El cambio es demasiado abrupto para ser creíble; su Batman/Moisés ni siquiera tiene el poder que Dios otorga al Moisés bíblico de abrir el mar en dos con su cayado. Bale es un soldado joven que llega al mar desorientado y al ver bajar las aguas “siente” que hay que marchar hacia el fondo del mar, una decisión totalmente inverosímil según el arco del personaje que el mismo Scott ha elegido representar.
De nuevo, ignorando las escrituras, el Batman/Moisés de Scott desfallece nuevamente en su fe al final cuando decide “sacrificarse” por salvar al faraón esperándolo a medida que el lecho del mar recobra sus aguas; su humanidad, como la de su archienemigo, es arrasada por el mar. Milagrosamente y de casualidad, Christian Bale soporta la presión de trescientos metros de agua salada sobre su cabeza, y con él, sobre la otra costa, también aparece redimido el faraón, sin duda en la esperanza de una segunda parte que esperamos jamás ocurra.
El fracaso reciente de "Napoleón" (2022) pareciera, según la publicidad de Netflix, redimirse con “Éxodo: Dioses y Reyes”, pero si la cinta ha tenido una alta sintonía no se debe a sus excelencias, sino a la pésima cartelera de Netflix. El mundo está agotado de historias de criminales y ladrones, y anhela historias espirituales como aquella del Éxodo. ¿Cuándo podrá el mundo ver una serie de santos y profetas financiadas tan generosamente como esta cinta mediocre? Basta con que lean el texto de William James "Las Variedades de la Experiencia Religiosa", para encontrar su fuente de inspiración.
No hay peor director que aquel que no cree en la historia que representa; prueba de ello son las películas de terror dirigidas por directores ateos, y en especial “Éxodo: Dioses y Reyes”, filme poco imaginativo, lleno de lugares comunes, con un protagonista desorientado, con ideas ateas que son refutadas por la fuerza del relato bíblico que sigue inspirando a millones de creyentes judíos, cristianos y musulmanes en todo el mundo.



















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