Marilyn Monroe, Reina de Babilonia
- Consultorías Stanley
- 18 nov 2023
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Actualizado: 11 mar

Ella [Marylin Monroe] soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta el Times)
ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo
y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas.
Ernesto Cardenal
Mi nombre es Amadeus Miranda. En 1991, dejé mi Colombia natal para estudiar Ciencias Políticas en la Universidad de Temple, Filadelfia. Fue allí donde me vi sumergido en un intrigante descubrimiento sobre la icónica actriz del siglo XX, Marilyn Monroe.
Todo comenzó en el gélido invierno de 1995, cuando mi vida dio un vuelco. Me enamoré profundamente de Martha, mi vecina, una feminista audaz, autora del polémico libro "Between Witches and Bitches, Trapped in a Man’s World" (Haggards: New York, 1993).
Martha tenía llamativos ojos grises y un largo cabello rubio. Su figura era esbelta, de senos pequeños y caderas curvas que solía ocultar bajo atuendos masculinos; el tipo de mujer que solicitaba ser reconocida por su intelecto antes que por su atractivo físico.
En ese entonces, yo tenía 35 años, y mi timidez solo me había permitido sonreírle cada vez que nos cruzábamos camino al tapete de la lavandería o cuando arrojaba mis bolsas de basura al contenedor comunal. Por lo tanto, me sorprendió mucho cuando me invitó a una cita para el Día de San Valentín.
Hicimos el amor hasta la madrugada y después bebimos una botella de vino y fumamos una caja de cigarrillos. Continuamos viéndonos por varias semanas, hasta que decidimos vivir juntos. Como todos los amantes, compartimos nuestros espacios y pertenencias; me llamó la atención percatarme que, a pesar de ganarse su vida como escritora, Martha raramente permanecía en casa. Cada mañana de lunes a viernes salía a trabajar, según me decía, a las oficinas de su casa editorial, a escasos metros de Penn Station, sobre Locus Street. Portaba un pesado maletín hermético de cuero y metal, marca Louis Vuitton, el cual siempre mantenía bajo llave; solo por curiosidad averigüé su precio en un catálogo de ventas; confirmé que valía lo mismo que un auto compacto.
Cierto viernes, mientras Martha tomaba una ducha y yo redactaba un trabajo para mi clase de Teoría del Documental Direct-Cinema, atisbé su maletín abierto sobre el sofá. Me acerqué con disimulo y descubrí sin mayor sorpresa dos pistolas, una granada y lo que parecía ser un equipo de telecomunicaciones.
Volví a mi labor sin que Martha se percatara de mi pesquisa.
Tras un año de romance, agasajé a Martha en nuestro segundo Día de San Valentín con un ramo de 48 rosas rojas y 36 claveles blancos. Era miércoles, y Martha, visiblemente conmovida, se tomó libre jueves y viernes para que viajáramos a la cabaña de sus padres, en las montañas de Vermont. Las ondas que la calefacción emanaba de los radiadores dispuestos en los cuartos de aquel bungalow eran acogedoras, pero más aún la chimenea del centro de la sala, de cara a un abismo sobre el cual aquella cabaña parecía flotar sobre el cielo; pieles de osos sobre gruesos tapetes sintéticos de felpa y docenas de cojines nos invitaban a pasar el tiempo acostados leyendo frente al gran ventanal que encaraba un cielo azul.
Martha dispuso las rosas y claveles en 8 jarrones sobre sendas mesas en todos los cuartos y compartimentos. Preparamos entonces una cena con filetes de salmón de Canadá.
—Estoy leyendo una biografía de Marilyn —dijo Martha.
—La gran ramera —dije citando la Biblia—, la que está sentada sobre muchas aguas; con la cual han fornicado los reyes de la tierra.
—Apocalipsis, capítulo 17.
—Fueron cientos los predicadores que asociaron a Marilyn con la gran ramera —asentí.
—Te invito a que me acompañes en la sala frente al fuego. Escoge un libro; mis padres tienen una variada biblioteca.
Tras hacer los quehaceres domésticos, revisé los anaqueles atiborrados de libros de las paredes de la sala y el comedor; elegí el segundo volumen de "The Decline and Fall of the Roman Empire" de Gibbon y me sumí en su lectura hasta que el reloj marcó la medianoche.
Entonces Martha me invitó a la alcoba nupcial.
Aquel cuarto tenía como una de sus paredes una gran vidriera que traslucía una panorámica del quebrado paisaje de Vermont; flecos de nieve cubrían los pinos que emergían de las faldas casi perpendiculares de sus colinas.
Fue aquel sábado en la mañana que Martha me entregó una pila de documentos; su rostro era solemne.
—Un agente secreto nos entregó este archivo; contiene todo lo que sabemos sobre las interacciones de Monroe con Kennedy y Castro, así como nuestra invasión fallida a Cuba.
—Es un secreto a voces —dije sopesando si Martha sabía que yo había descubierto su secreto.
—Creemos que Marilyn Monroe pudo haber entregado a Fidel Castro información confidencial de la CIA, vía John F Kennedy, a principios de la década de 1960.
—La invasión a la Bahía de Cochinos —asentí.
—Ya tenemos la certeza de que su muerte fue motivada por su idilio sexual con Castro; se encontraron en varias ocasiones en la suite Presidencial del Hotel Ritz en Nueva York.
—Totalmente blindado contra espionaje por el personal de espionaje soviético —asentí—. La víctima más conspicua de la industria cultural americana. ¿Cuánto dinero perdió América con su aparente suicidio?
—Nos llama la atención sus conocimientos en historia y política mundial, Amadeus.
Asentí acercándome a su tierna piel, acariciando su mejilla, excitado por sus calculados elogios.
—Su agudeza en descifrar enigmas históricos podría ayudarnos —dijo sentándose en mis piernas—, ya comprobamos su habilidad descubriendo mis secretos, Dr. Miranda.
Me sonrojé ligeramente y recordé los terminales del sistema contra incendios.
—¿Cámaras?
Martha asintió sin alterarse.
Sonreí irónicamente y escaneé el archivo por varios segundos, mi mente acelerada.
—Haré lo que pueda por la CIA —prometí—. ¿Qué han concluido hasta ahora?
—Es casi cierto que Monroe, en su calidad de amante de John F. Kennedy, tuvo acceso a información confidencial sobre la operación Bahía de Cochinos. También lo es que, como amante de Castro, nos dio información valiosa sobre la estrategia nuclear cubana en el hemisferio occidental.
—De ser cierto —repuse—, refutaría el estereotipo de Marilyn como mujer licenciosa y manipulable.
—Esa fue precisamente su fortaleza —aseveró Martha—. Monroe representaba roles de rubias tontas, lascivas y hacendosas, pero tenía la inteligencia y el carisma para lograr la paz mundial en una década en que nuestros líderes estaban dispuestos a volar el mundo en mil pedazos.
Los movimientos de mis pupilas se aceleraron hojeando el archivo. Demostraba que Monroe poseía información confidencial sobre la operación, del mismo modo que yo ahora la tenía sobre la CIA con la intimidad de mi amante.
—Analizando a Castro, pueden tener la seguridad de que él mismo se encargó de asesinarla o delatarla —especulé mientras leía apartes de la conclusión del documento.
—¿Podrías ahondar en esa hipótesis?
—Castro, como todos los tiranos, no tiene aprecio por quienes se atreven a querer congraciar con ellos, menos aún si les entregan las cabezas de sus enemigos.
Martha caminó pensativa por el cuarto frente al cristal, su silueta semidesnuda dibujándose ante mis sábanas, sobre un cielo azul rasgado por picos de montañas cubiertas de nieve.
—Un delator explicaría los repetidos fracasos de los agentes de la CIA en su contra —musitó Martha—; es posible que Castro hiciera un pacto secreto con algún burócrata ambicioso; su denuncia de Marilyn le habría asegurado su ascenso. Ya como director de la CIA, y en agradecimiento por entregarnos a Marilyn, es más que probable que aquel dirigente entregara información secreta a Fidel sobre nuestros planes de asesinarle.
—El principal motivo de Fidel para traicionarla era no deberle favores a una amante, Martha. Castro es del mismo calibre de Julio César, quien mandó matar al Rey Ptolomeo de Egipto luego de que éste le entregase la cabeza de Pompeyo.
—César al menos amó a Cleopatra —disintió Martha—. Pero acepto que los tiranos estudian e imitan a otros tiranos.
—La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono.
Martha me miró extrañada.
—Es un verso de Ernesto Cardenal sobre Marilyn; su traición fue silenciada bajo la apariencia de suicidio. Pero, ¿fueron los americanos, como se ha creído hasta hoy? Estos documentos indican que pudieron ser los cubanos o los rusos.
—Lo que indican es que Marylin se sacrificó sin ambición personal —repuso Martha sirviéndome un whisky—; su valentía la llevó a buscar la paz mundial, incluso a costa de ser restringida por las estructuras de poder patriarcales de la época.
—Es una pena que haya tenido que recurrir al sexo para lograrlo.
—No creo, con todo el respeto que Marylin se merece —Martha rechistó—, que ello haya sido su tarea más difícil. Monroe entregó la información a Castro en el Ritz, a los ojos de los espías que la asediaban; concluir que la invasión a Cuba sería un fracaso por su culpa era cuestión de sumar uno y uno.
—Estados Unidos nunca había sido tan públicamente humillado en una intervención de un país latinoamericano.
—La participación de Monroe en este asunto no pasó desapercibida —reflexionó Martha—, así fuera silenciada bajo la apariencia de suicidio.
—¿Te refieres al poema de Ernesto Cardenal?
—Es muy paternalista —replicó Martha—. Marilyn Monroe reestableció la paz en la humanidad y es nuestro deber reconocerla y honrarla.
“Y los diez cuernos que viste en la bestia”, cité en mi mente el libro de las Revelaciones, “estos aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda”.
Después de dos años como amantes, los caminos de Martha y los míos se separaron cuando sus jefes, sin duda temerosos de los reportes que ella misma entregaba de nuestras conversaciones, la enviaron a Nueva Orleans.
En 2003, con la involuntaria ayuda de una doble agente cubana que conocí en la Universidad de Salford, próxima a Manchester, reconstruí las piezas faltantes que corroboraban los intentos secretos de Monroe por la paz mundial.
No está claro a quién sedujo primero, si a Kennedy o a Castro; mi conclusión es que lo hizo simultáneamente, con el fin de evitar suspicacias.
Mi acceso a documentos clasificados de La Habana fue fundamental para trazar la estratagema secreta de Monroe por la paz mundial, así como su sacrificio exponiéndose a la ira de los líderes de las facciones en guerra en América durante la Guerra Fría: John F. Kennedy y Fidel Castro.
Porque así como Marylin entregó a Castro información sobre la invasión a la Bahía de Cochinos, fue Marylin quien dio el jaque mate a Fidel, a la URSS y a todo el socialismo, exponiendo que sus misiles en Cuba tomarían hasta dos meses en ponerse en funcionamiento. La historia oficial, aquella de un doble agente en Moscú que murió enviando dicha información fue, o un reporte paralelo, o una cortina de humo para ocultar las intrigas de Marylin.
Este descubrimiento sacude el mundo de la historia hasta la médula y replantea la vida y el legado de Monroe. También abre nuevos debates sobre el papel de las mujeres en los escenarios de la historia, así como las dinámicas de poder ocultas detrás de escena.
Sólo cabe preguntarse si Marylin tuvo realmente intenciones de sacrificarse por la humanidad, o de si su ambición secreta era convertirse en mediadora entre comunistas y demócratas. Quizás, de nuevo, sea la Biblia la que mejor ilumine dicho interrogante:
Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra (Apocalipsis, 17, 18: Reina Valera, 1960).
Cuento de Historia Cifrada


















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