Moisés, destructor de la edad de Bronce
- Consultorías Stanley
- 24 nov 2023
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Actualizado: 11 mar

El crepúsculo de la Edad de Bronce delinea el caos que desmoronó las civilizaciones y comunidades del Mediterráneo oriental, Anatolia, el Levante, el Egeo y el Reino de Tartessos en la península Ibérica, durante el segundo milenio antes de Cristo, aproximadamente entre los años 1600 y 1150 a.C. Este desplome se caracterizó por el declive, la fragmentación o el total colapso de diversas civilizaciones, núcleos urbanos y estructuras políticas y económicas que habían perdurado a lo largo de largos periodos.
Los paleontólogos e historiadores, condicionados por el positivismo, evitan asociar dicho ocaso con el colapso del Imperio Egipcio, el más acaudalado de aquellos que florecieron en el apogeo de la edad de bronce, superando al Asirio, al Cretense, al Hitita y al Micénico.
Pero las fechas de dicho declive coinciden con los eventos documentados por dos textos disímiles: las plagas de Egipto descritas por el Éxodo y las calamidades compiladas en el peán fúnebre del Papiro de Ipuur, también conocido como Papiro de Leiden I 344
Los eventos del libro del Éxodo son de conocimiento general, no así aquellos cantados por un poeta en el Papiro de Ipuur bajo el título de Las Admoniciones de Ipuwer:
Los siervos y el vulgo poseen esclavos,
los escribas han sido asesinados y sus libros robados,
¡Ay de mí, que en esta época mísera
las escrituras han sido destruidas,
y el grano de Egipto es de todos!
Durante las primeras décadas del siglo 20 los egiptólogos atribuyeron sus versos a una revolución, hasta que una nueva generación de traductores señaló alusiones a las plagas de Egipto:
El río fluye, mas sangre en su cauce yace,
mas sed de hombres, su agua aún beberán.
De seres se alejan, humanos se van,
sedientos buscan fuentes que los sacien.
(…)
Constructores hoy son cultivadores,
unidos a la corteza, un destino.
(…)
¡Ruina por doquier!
(…)
El cabello ha caído a todos ya,
del rango no hay distinción, es igual
el hombre de renombre o el que no es.
Dichas descripciones no corresponden ciertamente a las plagas que Moisés enviase en nombre de Dios sobre una imperio desalmado que, torturado –como tantos de nuestros gobiernos contemporáneos–, por el control de su natalidad, no dudaba en ordenar sacrificar a los hijos de sus esclavos hebreos.
Su crueldad era mayor, pues discriminaba al pueblo que antaño lo había salvado de la hambruna de los 7 años que asoló al mundo antiguo en el año 1876 a.C., esto es, trescientos años después de la próspera administración de José el Profeta.
El castigo del universo contra tan desagradecida estirpe fue el caos descrito, en que constructores de las pirámides, antaño controlados con látigos y cadenas, devienen dueños de las mansiones, instaurando una comunidad anárquica, sin un ejército jerarquizado y obediente que la controle.
La Biblia narraría, antes de la composición de dicho papiro, la destrucción del ejército egipcio por la hybris del faraón, primo de Moisés. A pesar de haber sufrido las diez plagas, incluyendo la muerte de su primogénito, el único dios que los egipcios adoraban además de su padre, Faraón se atrevió a desafiar al Dios de Moisés. Creía que la apertura del mar Rojo por medio de una succión era, tal y como sus geómetras y matemáticos le susurraban a su oído, un fenómeno natural, no una manifestación del poder omnisciente de Yahvé, Dios de hombres y semidioses:
En el desierto de la noche,
Moisés extendió su mano,
Y el mar se abrió en dos,
Como un muro de cristal.
Los israelitas marcharon,
Seguros y sin temor,
Mientras las aguas se apartaron,
Como una cortina de luz.
Los egipcios los siguieron,
Confiados en su poder,
Pero el Señor los confundió,
Y su orgullo se desmoronó.
Las ruedas de los carros
Se trabaron y se rompieron,
Y los egipcios huyeron,
Pero era demasiado tarde.
Moisés extendió su mano,
Y las aguas volvieron,
Ahogando al ejército egipcio,
En una tumba de sal.
Los israelitas fueron libres,
Gracias al poder de Dios,
Quien así demostró al mundo
Amor y justicia sempiterna.
Éxodo, 14, 21 – 29.
¿Qué ocurriría hoy en América o la Unión Europea si se supiera que todas sus fuerzas armadas han sido aniquiladas?
El caos descrito en el Papiro de Ipuur, tal y como lo demuestra el apresuramiento con que sus primeros traductores lo asignaron a una revolución afín a la francesa o la bolchevique.
El temor posterior de los espartanos, aquel de que sus siervos ilotas, quienes los superaban de tres a uno, se alzasen contra ellos y los aniquilaran, fue sin duda consecuencia de la experiencia del colapso del Imperio Egipcio.
No todos los esclavos de Egipto eran hebreos, y es razonable que, ante el triunfo de sus compañeros de desdicha, los esclavos se hubieran sublevado por su libertad.
Sabemos que la Gran Pirámide de Keops, también conocida como la Pirámide de Giza, se había construido mil años antes, durante el reinado del faraón Keops, en el siglo XXVI a.C., con cerca de 100.000 esclavos.
Un hecho que corrobora el fin de la esclavitud a larga escala es que los egipcios no hayan retomado la construcción de pirámides tan voluminosas en los siguientes siglos. La experiencia hebrea habría atemorizado a faraones posteriores, quienes optaron por tratar con mayor cautela a su servidumbre. El colapso de Egipto, vandalizado por sus antiguos esclavos, significó el fin de las grandes cosechas del río Nilo:
(…)
Grandes y pequeños desean morir,
niños claman, "No debió darme vida".
Príncipes son lanzados a los muros.
(…)
Cámara del consejo, lugar común,
hombres pobres van a las Mansiones,
hijos de magnates, calles sus hogares.
El comercio que mantenía a la Edad de Bronce colapsó; los mercaderes cretenses, encargados de comunicar a Asia con África, fueron asaltados y asesinados por esclavos liberados, quienes se dedicaron a la piratería a lo largo y ancho del Mediterráneo. Las minas de estaño de los tartesios fueron abandonadas, lo que provocó hambre y el exilio; hordas de desesperados fundaron colonias a distancia prudente de las playas avasalladas por los esclavos piratas, primitivos ancestros de los fenicios que fundarían las urbes de Cádiz y Cartago.
Los reinos más poderosos de la región, como los hititas y micénicos se vieron abrumados por la desintegración. La ciudad de Ugarit, verbigracia, descollaba por su sistema de escritura cuneiforme, lengua franca de comerciantes y escribas, quienes además de contratos legales, habían compilado obras literarias y textos religiosos, tal y como lo demuestran los fragmentos de tablillas existentes.
La literatura ugarítica incluía textos épicos, mitológicos y rituales. Esta, como tantas otras ciudades, una vez bulliciosas y prósperas, se sumieron en el declive; sus habitantes emigraron a las altas montañas y los valles fueron abandonados a la inclemencia del sol, trastornando un campo fértil, antaño asociado al paraíso, en una tierra baldía y desértica a la merced de los bandidos.
Este periodo de colapso marcó el final de la edad de plata cantada por Ovidio, y el comienzo de la oscuridad que precedió a la edad de hierro. La historia y literatura de estos reinos antiguos se perdió a la lanza y fuego de los esclavos liberados, consecuencia de los abusos de Egipto contra el pueblo de Yahvé.
Las causas de tal destrucción devinieron vox populi, tal y como lo manifestó con reverencia Rahab, una prostituta de Jericó, quien prefirió traicionar a sus impíos compatriotas que sufrir la ira del Dios de Josué.
Cuento de Historia Cifrada



















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