El ateísmo como una religión secular
- Consultorías Stanley
- 10 ene 2024
- 22 Min. de lectura
Actualizado: 11 mar
La esencia del sentimiento religioso no se elucida a través de un razonamiento o un discurso ateo, y no se relaciona con crímenes o desmanes (…) Los ateístas, en su afán por elucidar otro discurso, jamás alcanzarán su esencia.
F. Dostoievski, El Idiota, II, IV
En su pintura “El marxismo dará salud a los enfermos”, Frida Kahlo representa una analogía entre la santísima trinidad y el marxismo. En el centro de la pintura, Frida está representada como el Hijo, sosteniendo un libro rojo comunista. Las dos grandes manos de Marx, que la rodean, representan al Padre, el creador. La paloma gigante, que flota sobre Frida, representa al Espíritu Santo, la fuerza que une al Padre y al Hijo: Marxismo.
El corsé de Frida, que simboliza las fuerzas capitalistas opresivas, son las cadenas que esclavizan al Hijo. La pintura muestra las manos de Marx tratando de liberar a Frida de un corsé ortopédico, alegoría de las restricciones capitalistas. La imagen incluye símbolos de guerra y paz, con Marx como figura angelical y el águila estadounidense estrangulada bajo el Tío Sam que huye del socialismo.
Karl Marx, quien encarna al padre, habría aprobado su tributo: en una carta escrita a Engels en Argelia antes de su muerte, Marx confiesa que su barba y su bigote crecieron para inspirar a sus prosélitos: “Me he afeitado mi barba de profeta y mi corona de gloria[1]". Marx, sobra escribirlo, se abstuvo de ser fotografiado desde entonces.
Frida, como tantos comunistas, proclamaba su ateísmo, a la par que como artista jamás renunció a sus inquietudes metafísicas.
Hacia finales del siglo diecinueve Nietzsche proclamaba la muerte de Dios. Con su imparcialidad característica, el filósofo francés Gilles Deleuze escribió en 1965 que esa muerte ya había sido proclamada dieciocho siglos atrás: “Ya San Pablo fundaba el cristianismo en la idea de que Cristo moría por nuestros pecados[2]”. Aludo a la ideología que San Pablo identificaba con la divinidad y a la teología cristiana que Nietzsche conoció.
La muerte de Dios es lacónica en Romanos, 5, 8 Cristos uper hmwn apeqanen. Quienes discuten la divinidad de Cristo según San Pablo, recaerían en la discusión Arriana, Cfr. Filipenses 2, 6.
Nietzsche, es de entender, atacaba primordialmente a las instituciones religiosas de su tiempo, las cuales, como el estado, como el dogmatismo de las escuelas de filosofía, coaccionan la libertad individual. Su interés en los evangelios, no obstante, despertó su admiración por Jesucristo. Nietzsche se consideró a sí mismo ateo, pero ese ateísmo era social; en su vida diaria el teísmo lo inspiraba: los poemas de Nietzsche reemplazan al dios cristiano por Dionisio, es decir, por un dios antropomórfico. Los estudiantes de filosofía aprenden hoy en día que a partir de Nietzsche el hombre ha reemplazado a Dios. Este pensamiento feliz, no obstante, ya abunda en los evangelios: cuando los sacerdotes hebreos critican a Jesús por socorrer a los enfermos, éste compara ―citando el antiguo testamento―, a los hombres con los dioses:
Yo dije: Vosotros sois dioses,
Y todos vosotros hijos del Altísimo
Salmos 82:6 (Reina-Valera 1960)
Desde un punto de vista racional, es absurdo discutir la existencia de Dios, pues su negación implica su afirmación; un razonamiento que se fundamenta en la dialéctica de Hegel, quien a su vez se inspiró, como todos los filósofos del idealismo alemán, en los fragmentos de Heráclito: la vida, como flujo, es una lucha de opuestos: la mortalidad contiene a la inmortalidad.
En la esfera de la Realpolitik el concepto de la divinidad es tan dúctil que se acomoda a cada cual, aún contra su voluntad. El auge del islamismo radical manifiesta la necesidad de comprender los predicados que cada sociedad articula sobre la divinidad.
Tras la declaración de los Derechos del Hombre, nuestra civilización ha presenciado la fragmentación de la Iglesia: las jerarquías eclesiásticas pierden poder y el número de sacerdotes de la iglesia católica disminuye. Por otra parte, el ateísmo no encuentra tierra firme. La religión prolifera en el tercer mundo, aunque, como Schopenhauer señala, la creencia en una vida eterna y feliz tal vez sea el único consuelo de los no privilegiados. Esta objeción, no obstante, no se aplica a los Estados Unidos, el país más próspero del mundo: de acuerdo a Gallup, el 81% de los estadounidenses aún creen en Dios o en un Ente divino[3]. Inglaterra, Francia y Alemania podrían aparecer como los países menos religiosos de Europa; aun así la popularidad de la Madre de Dios asombra a los anticlericales: Francia es el país más visitado del mundo, y su ciudad más visitada no es París, sino Lourdes, en donde los médicos han certificado cerca de cien curaciones inexplicables en los últimos cien años[4].
En aras de la objetividad los Medios de Comunicación evitan el debate religioso; en su lugar, la superstición, una suerte de credo social improvisado, es proclamada: se nos recuerda que es martes trece, que hay edificios que evitan el piso número trece o que las los presidentes norteamericanos son asesinados cada veinte años a causa de una maldición indígena. Algunos periodistas divinizan, así mismo, a la naturaleza, a quien atribuyen una sabiduría omnipresente; pero a diferencia de Spinoza y los filósofos panteístas, ninguno de ellos reflexiona sobre la metafísica de esa naturaleza sabia, generosa y autosuficiente.
El auge de modas alternativas de espiritualidad, como el budismo, la cábala y la filosofía Zen, evidencian una crisis metafísica. Hay una voluntad de creer acompañada de una desconfianza arraigada hacia las instituciones religiosas. Durante el medioevo los inquisidores condenaban a quienes profesaban un credo contrario a los intereses del estado; del mismo modo, los regímenes absolutistas contemporáneos condenan a quienes profesan un credo contrario a sus intereses. En ambos casos la espiritualidad del individuo entra en conflicto con la ley. Las manifestaciones religiosas abundan en todas las culturas del mundo, a menudo bajo fachadas antirreligiosas o ateístas, como el fascismo o el socialismo del siglo 21.
El ateísmo, de hecho, surge como la negación de un credo por otro más consistente, como una práctica que previene al hombre contra el anquilosamiento metafísico. El teísmo es su consecuencia inevitable. Este proceso ocurre a nivel personal, antes que comunitario, y en él cada individuo descubre su relación con el universo y con su generación; la divinidad, en otras palabras, se construye en un terreno ético ―a partir de una crisis espiritual―.
Unamuno escribió en El Sentimiento Trágico de la Vida que vivir sin una certeza de Dios, aunque trágico, es soportable e incluso aconsejable
“Y así hay parásitos sociales, como hace muy bien notar Mr. Balfour, que, recibiendo de la sociedad en que viven los móviles de su conducta moral, niegan que la creencia en Dios y en otra vida sean necesarias para fundamentar una buena conducta y una vida soportables (…) Y aun digo más, y es: que si se da en un hombre la fe en Dios unida a una vida de pureza y elevación moral, no es tanto que el creer en Dios le haga bueno, cuanto que el ser bueno, gracias a Dios, le hace creer en Él. La bondad es la mejor fuente de clarividencia espiritual[5]”.
Albert Camus replicaría en El Mito de Sísifo que esa vida sin Dios no es trágica, sino absurda y repetitiva. El hombre europeo de la postguerra acogió la filosofía existencialista con entusiasmo: sin inmortalidad el hombre debía escoger entre el dominio de su angustia o los excesos sexuales—una opción que Freud ya había previsto en El Malestar en la Cultura—. Camus optó, como Kierkegaard, por la angustia. Jean Paul Sartre, como es sabido, optó por la sensualidad; su obra fundamental, El Ser y la Nada analiza a lo largo de varios capítulos las virtudes del sadomasoquismo:
“El masoquismo, como el sadismo, es una hipótesis de culpa. De hecho, soy culpable simplemente porque soy un objeto. Culpable hacia mí mismo, ya que consiento mi alienación absoluta; culpable hacia los demás, porque les brindo la oportunidad de ser culpables[6]”.
Camus y Sartre se distanciarían el uno del otro, en particular cuando el primero abogó abiertamente por la defensa de los Derechos del Hombre. Sartre sospechaba, no sin fundamento, que los Derechos del Hombre ponían en práctica de las enseñanzas de Jesús de Nazaret; los miembros de la Revolución Francesa que los redactaron fueron todos discípulos consumados de Rousseau, quien escribió El Contrato Social” y Emilio basándose en la ideología de los evangelios. Robespierre, el verdadero artífice de la Revolución Francesa, fundó, en un arrebato místico y anticlerical, una nueva iglesia secular meses antes de su muerte.
Sartre, de hecho, había encontrado, como tantos intelectuales de su generación, su credo en el comunismo, pero los horrores del estalinismo terminaron por decepcionarlo. En una de sus conferencias más conocidas, “L'existentialisme est un humanisme,” de 1946, Sartre se autodenomina el padre del existencialismo ateo. El tono profético de su declaración es una de las características más propias de la filosofía desde Parménides: quien acusa o define a Dios quiere convertirse, de hecho, en Dios. Menos mesiánico en su juicio, Immanuel Kant escribió que Dios era la idea del bien supremo: un concepto que ha sido aprobado por religiosos y escépticos por igual; para un metafísico como Samuel T. Coloridle Dios es una idea a-priori de la razón, para un anticlerical Dios es una anomalía de la razón.
La antropología filosófica prescribe que cada cual vive en función de un horizonte: este horizonte, desde luego, es un eufemismo de Dios. Quien afirma que el dios moderno es la ciencia, concede la existencia de Dios; lo que discute es su definición. Dios, para los comunistas, fue el proletariado; para los ecologistas la naturaleza; para los capitalistas la especulación; para los fariseos y fanáticos la pompa de la iglesia; para los nazis, Husserl y Heidegger el Estado; para los anacoretas el sufrimiento. Más escueto, el libro de Éxodo identifica a estos horizontes con ídolos que alejan al hombre del Dios hebreo de los diez mandamientos.
Darwin escribió que en la naturaleza sólo los más saludables prevalecen[7]; su opinión habría de validar las teorías positivistas de Auguste Compte, la lenta agonía de seis millones de inocentes bajo la Alemania nazi y el frío aniquilamiento de dos ciudades japonesas en 1945. El gran mérito de la obra de Jürgen Habermas ha sido el de establecer un criterio de comprensión hacia las minorías en la filosofía a través de la comunicación, combatiendo a quienes abogan por el peso inexorable de la ley:
““Hoy la forma más común de legitimidad es la creencia en la legalidad, el cumplimiento de disposiciones que son formalmente correctas y que se han hecho de la manera acostumbrada. La distinción entre una orden derivada de un acuerdo voluntario y otra que ha sido impuesta es sólo relativa. Porque tan pronto como la validez de una orden acordada no descansa en un acuerdo unánime –como a menudo se ha considerado necesario en el pasado para una legitimidad completa– sino en el cumplimiento de facto de la mayoría dentro de un círculo determinado por parte de aquellos que sostienen puntos de vista diferente –como suele ser el caso–, entonces el orden se impone realmente a la minoría[8]”.
La teología cristiana combate así mismo los embates egoístas del modernismo. La filantropía de los gobiernos occidentales se reconcilia con el cristianismo en el campo ideológico; el encuentro entre los derechos del hombre y el misticismo. En 1929 Bertrand Russel, la conciencia filosófica de Inglaterra de su generación, concedía importancia a quienes se inspiraban en el espíritu:
“[Hay quienes creen que ] algunos actos son inspirados por ciertas emociones buenas, y otros actos por ciertas emociones malas. Los místicos profesan esta ideología, y preservan, por lo tanto, cierta desconfianza hacia la ley escrita[9]”.
Los horrores de Auschwitz han persuadido a la humanidad de que la impiedad es autodestructiva; Alemania surgió de sus cenizas como un país despoblado, que aún requiere de un millón de emigrantes por año para subsistir. Los campos de concentración, como hoy lo entendemos, fueron campos de exterminio, creados para eliminar los elementos indeseados de una raza “pura” alemana; aunque Hitler, en su fanatismo, se olvidó de que en el siglo quinto los guerreros de Atila ya habían violado a las mujeres godas, matronas del pueblo alemán que hoy conocemos; Samuel Beckett, de hecho, bromeó en una de sus cartas a un amigo sobre el aspecto “ario” de Hitler y Himmler:
“Todavía bromeaba de vez en cuando sobre la amenaza nazi, transmitiéndole a Arland Ussher la última definición de ario: “Debe ser rubio como Hitler, delgado como Goering, guapo como Goebbels, viril como Roehm... y llamarse Rosenberg[10]?””.
Buda abogó por el desapego por todos los bienes materiales y afectivos, pero su credo es pasivo y no es de extrañar que en los pueblos orientales los budistas acepten la pobreza, la enfermedad o el desprecio social como karma. El gran mérito del cristianismo ha sido el de restar importancia a los rituales religiosos para centrarse en el discurso ético. La moral cambia de sociedad en sociedad de acuerdo a factores políticos y económicos, pero las enseñanzas de Jesús de Nazaret sobre el amor y el perdón incondicional prevalecen sobre cualquier cambio.
La sabiduría, punto de encuentro entre el ateísmo y las religiones monoteístas
La sabiduría es un atributo divino en todas las religiones y credos, sin exceptuar el ateísmo. En el Antiguo Testamento, en el Libro de Proverbios 2:6 (NVI) se menciona: "Porque el Señor da la sabiduría, y de su boca provienen el conocimiento y la inteligencia". Esto subraya que la sabiduría proviene de Dios mismo. Asimismo, en el Libro de Santiago 3:17 (NVI) del Nuevo Testamento se declara: "Pero la sabiduría que viene del cielo es, ante todo, pura; y además, pacífica, bondadosa, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera".
En el Corán reconoce la sabiduría como un atributo divino.
"Él [Dios] da sabiduría a quien Él quiere, y a quien se le da sabiduría, realmente se le ha dado mucho bien" (Sura 2, 269).
En diversos pasajes Mahoma anima a los creyentes a cultivar la reflexión, el aprendizaje y el entendimiento como medios para acercarse a Dios y a su sabiduría
“Señor, concédeme sabiduría, conocimiento y comprensión y permíteme ser parte de la gente buena” (Sura 26, 83).
Lastimosamente, sus primeros traductores e intérpretes redujeron dicha sabiduría a la ley islámica, sin que traductor moderno alguno se atreviese a corregir tan obsoletos condicionamientos, como si Dios se impusiera límites a sí mismo en el conocimiento de su creación, tanto material como espiritual[11].
Pues si la sabiduría es un atributo divino, su revelación se da paulatinamente al hombre, y dado que todos los atributos de Dios son infinitos, su descubrimiento ocurre en un proceso histórico infinito que desafía al dogma. Ya escribía Bernard Shaw que podría reunir una segunda Biblia con los clásicos de la poesía y el saber escritos en los últimos dos mil años, en donde incluiría a Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes, Ibsen, Dostoievski, Tolstoi, Chejov, pero también a Rousseau, Diderot, Kant, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Darwin, Freud.
Pues, a diferencia de las religiones que intentan definirlo y condicionarlo, la idea trascendental de Dios, como amor, verdad, conocimiento y bien supremo, engloba el conocimiento entero, incluyendo sus disidencias. Algunos se preguntan citando a Nietzsche, Foucault y Paulo Freire, ¿pero la verdad existe? Hegel contestaría que si no existiese al menos tendríamos la certeza.
Las certezas son los consensos que persuaden la razón, más allá de las pruebas científicas o las demostraciones matemáticas. Tomemos por ejemplo el amor; quien sufre un despecho podría decir que el amor es traicionero, pero nunca que no existe; el haberlo vivido le da la certeza de que existe, quizás no de la forma que esperaba. Pero las certezas también se extienden, como veremos más adelante, a las ciencias mismas, las cuales la han variado semánticamente como falsabilidad, siguiendo los escritos de Karl Popper, sin duda para demostrar que, a diferencia de las certezas individuales, las certezas científicas se fundamentan, al menos parcialmente, en experimentos y demostraciones.
Buda enseñó la importancia de la sabiduría como uno de los tres pilares fundamentales junto con la compasión y la ética. Enseñó que el camino hacia la iluminación (nirvana) implica el desarrollo de la sabiduría a través de la comprensión profunda de la realidad y la naturaleza de la existencia. Buda resaltó la necesidad de discernir la verdad de la ilusión y enseñó que la ignorancia es la raíz del sufrimiento humano. La búsqueda del entendimiento y la sabiduría es un elemento clave en el camino budista hacia la liberación del sufrimiento.
En el hinduismo, la sabiduría también es valorada como un componente esencial en el camino espiritual. Los Vedas, textos sagrados del hinduismo, promueven la búsqueda del conocimiento como medio para alcanzar la iluminación espiritual. Los Upanishads, una parte fundamental de los Vedas, se centran en la naturaleza de la realidad, la esencia del ser y la conexión entre el individuo y lo divino. La sabiduría se considera crucial para comprender estas enseñanzas y alcanzar la autorrealización.
El ateísmo no escatima elogios a la sabiduría, por cuanto se presenta ante los creyentes como sabiduría que demuestra no sólo que Dios no existe, sino que sin pruebas de nuestra inmortalidad es absurdo reflexionar sobre el más allá. No obstante, su fe en el saber permite el diálogo con creyentes que predican que tampoco el amor o el odio se pueden medir ni demostrar, y que las experiencias de Dios y la inmortalidad son, por su propia naturaleza, contrarias a la cambiante naturaleza del mundo sensorial.
La expresión "credo quia absurdum est" significa "creo porque es absurdo" en latín y se atribuye a Tertuliano, un teólogo cristiano del siglo II, en su obra "De Carne Christi" (Sobre la carne de Cristo); George Bernard Shaw lo dijo con mayor encanto en “The Revolutionist’s Handbook”:
“El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable persiste en intentar adaptar el mundo a sí mismo. Por lo tanto, todo progreso depende del hombre irrazonable.
El hombre que escucha la Razón está perdido: la Razón esclaviza a todos aquellos cuyas mentes no son lo suficientemente fuertes para dominarla[12]”.
Más adelante veremos como el problema aquí no es de la razón, sino de la lógica positivista que algunos científicos neokantianos presentan equivocadamente como la razón misma. Lo “razonable”, como Peirce señala, no es precisamente lo más materialista y demostrable, sino lo que más encaja con mi visión del mundo.
En este punto tanto el ateo comprende al creyente como el creyente al ateo; pero es en el campo de la ética en donde ambos necesariamente concuerdan, esto es, en la aplicación práctica de sus creencias. Tanto santos como demagogos afirman que trabajan por amor a la humanidad, así nuestra razón nos indique que los segundos son unos hipócritas consumados.
Sócrates fue el primero en advertir la relevancia de la ética en el ejercicio filosófico. Sorprende que hayan intelectuales que postulan la teoría de la psot-verdad en el siglo 21, cuando ya Sócrates había demostrado que dado que la verdad estable era imposible en un universo cambiante, sólo podíamos cogitar sobre nuestros comportamientos; ¿cómo actuar en la vida diaria para alcanzar la felicidad con los demás?
Su teoría ética se centra en la búsqueda de la verdad y el autoconocimiento como fundamento de una vida ética y virtuosa. Sócrates consideraba que el conocimiento esencial reside en la conciencia de uno mismo, donde el individuo, a través de un examen minucioso de sus propias creencias y acciones, puede alcanzar la sabiduría y la rectitud moral. Creía en el poder de la reflexión y el diálogo para discernir entre lo correcto y lo incorrecto; sostenía que un sabio es quien sabe que no sabe todo y está dispuesto a cuestionar sus propias convicciones en busca de la verdad. Esta actitud humilde frente al conocimiento fue encapsulada en la famosa afirmación socrática: "Solo sé que nada sé".
También sostenía que las personas no cometen actos malvados deliberadamente, sino más bien debido a la ignorancia de lo que es verdaderamente bueno. Creía que la ignorancia era la raíz de todos los males, ya que aquellos que poseen conocimiento sobre lo correcto actuarían de manera ética y virtuosa. Por lo tanto, la maldad era, para él, una manifestación de la ignorancia y la falta de entendimiento sobre lo que es moralmente correcto.
Dos mil quinientos años después, no existe un solo gurú espiritual, sacerdote o imán que desprecie el saber, si bien su definición es a menudo opacada por dogmas, que no son sino saberes anquilosados, impuestos por burócratas del saber que predican saber que es cierto y que no, impidiendo la praxis del diálogo y la comprensión.
Los yoguis y los budistas predican que la meditación es el medio de alcanzar la verdad, o como lo prescribe el taoísmo, ningún hombre puede contemplarse en aguas que no estén inmóviles. Y también hay quienes alcanzan dicha percepción sin necesidad de quietud, aquellos que se conectan con sus pensamientos e intuiciones más nobles y afectuosas; tal fue mi experiencia personal en India en 2011, la cual relato en mi novela “El Profeta Invisible”.
Dicha idea de Dios o del Ser supremos interior no es, como el conocimiento mismo definible, por lo que escaba a definiciones dogmáticas; los monjes budistas, por ejemplo, no creen en un único Dios; Nietzsche también se comparó a lo largo de su vida con Zarathustra, Jesús y Dionisio como resultado de su constante reflexión.
El escritor Neale Donald Walsch alcanzó también dicha certeza luego de sufrir pérdida y humillación en su vida, y la transcribió en 1995 en su libro “Conversaciones con Dios”, conformando la lista de Bestsellers del New York Times por 135 semanas. Walsh comprendió que el dogma, fijado en la palabra, es alterado por la experiencia vivencial de cada ser humano, en la cual los creyentes descubren escrita la voluntad divina:
“Las palabras pueden ayudarte a entender algo. La experiencia te permite saber. Sin embargo, hay algunas cosas que no puedes experimentar. Así que os he dado otras herramientas de conocimiento. Y estos se llaman sentimientos. Y también los pensamientos.
Ahora bien, la suprema ironía aquí es que todos ustedes le han dado tanta importancia a la Palabra de Dios y tan poca a la experiencia.
De hecho, le das tan poco valor a la experiencia que cuando lo que experimentas de Dios difiere de lo que has oído acerca de Dios, automáticamente descartas la experiencia y te apropias de las palabras, cuando debería ser justo al revés.
Tu experiencia y tus sentimientos acerca de una cosa representan lo que sabes objetiva e intuitivamente sobre esa cosa. Las palabras sólo pueden buscar simbolizar lo que sabes, y muchas veces pueden confundir lo que sabes (…)
El desafío es de discernimiento; la dificultad es saber la diferencia entre los mensajes de Dios y los datos de otras fuentes. La discriminación es un asunto sencillo con la aplicación de una regla básica:
El mío es siempre tu Pensamiento Más Elevado, tu Palabra más Clara, tu Sentimiento más Grande. Cualquier cosa menos proviene de otra fuente[13].”
El perdón, meta de toda ética
Antes que Gandhi predicase su renuncia a la violencia, el cristianismo se apoderó del imperio romano a través de su filosofía del perdón. Perseguidos por los emperadores romanos, los cristianos renunciaron a la venganza. Acusado por Nerón de haber incendiado a Roma, su sangre fue derramada sobre la arena del circo romano para deleite de las masas. Contrario al deseo de los emperadores, las víctimas manifestaban compasión hacia sus asesinos antes de morir, una actitud que convirtió a una masa enardecida en una iglesia devota al cabo de dos generaciones. Fue esa misma actitud la que apaciguó la violencia de las hordas de bárbaros que azotaron a Europa durante los siguientes siglos. Hacia finales del siglo VI el Papa Gregorio pidió a su congregación que depusieran las armas y cantaran en sus iglesias y catedrales ante las huestes invasoras del rey lombardo Agilulfo. Las melodías del canto gregoriano preservaron la unidad de una civilización al borde de la destrucción:
“El Rey Lombardo Agilulfo derretido por las oraciones de Gregorio y muy conmovido por la sabiduría y gravedad religiosa de este gran hombre, rompió el sitio de la ciudad [14] ”.
La ética maniquea juzga el perdón como una debilidad. La verdadera injusticia es el castigo, como lo demuestra la pena de muerte, o los bombardeos sobre la población civil. Durante su vida Jesús de Nazaret protegió a los más débiles, sin discriminarlos por su credo, su pasado o su origen étnico. Su sensibilidad contagiaría a filántropos como Francisco de Asís, Albert Schweitzer y Madre Teresa, convirtiéndose en la espina dorsal de la sensibilidad occidental. Estragón, uno de los personajes de Samuel Beckett, confiesa haberse comparado con Jesús en cada instante de su vida. Cabe preguntarse, de hecho, cuáles serán las simpatías en América y Europa en el caso hipotético de que una nación extraterrestre se manifestara castigando a los países más ricos con bombardeos. El perdón vence, como Desmond Tutu lo demostró en Suráfrica. Ese perdón es ideológico y social, antes que particular. Los partidarios de Hamas enumeran las monstruosidades cometidas por los judíos antes de justificar su venganza. Un judío radical hará igual, un congolés, un norirlandés, un paramilitar colombiano, etc. El ansia de venganza prepara su autodestrucción: enardecido por su odio, sin reparar en su propia tragedia, el vengador se persuade de que su muerte atormentará a sus enemigos. Su soberbia se opone a la del mártir, que, como en Roma, moría perdonando. Nietzsche descubrió en esta pasividad una fuerza capaz de derrocar imperios, y en varios pasajes de su obra se ensañó con furia contra los mártires, llamándoles débiles y astutos. El superhombre debía, por lo tanto, ser una mezcla entre el perdón de Jesús y la astucia de Napoleón. Más al leer historia, nuestra sensibilidad contemporánea admira más a un mártir que a un guerrero. Hoy día sólo los militares aprecian las tretas de Alexander o Napoleón.
La lucha, más que el perdón, es la causa del declive y la caída de las civilizaciones. A principios del siglo XIII, cuando Genghis Khan decidió exterminar a los chinos, un mandarín lo convenció de que su pueblo se sometería a su servicio sin odio. El decreto de Genghis fue derogado. Podemos interpretar la caída de la Unión Soviética como un acto de perdón. Gorbachov podría iniciar una guerra para ocultar sus finanzas; en cambio, optó por la reconciliación.
El Ateísmo como credo secular
La fe es un sendero que no todos siguen, como ya comprendía Rafael al retratar en “La Escuela de Atenas”, a Platón señalando al cielo y a Aristóteles indicando la tierra. Coleridge creía, así mismo, que la humanidad se dividía entre los aristotélicos y los platónicos. Más simple en su representación de estas percepciones divergentes, Kipling representa en Kim al niño que anuncia a quienes encuentra que su maestro es un monje tibetano a quien los dioses han dado el privilegio de contemplar secretos a los que pocos mortales tienen acceso. La fe requiere de una confianza inquebrantable y de una dedicación en cada decisión a los largo de la vida con la que no todos están dispuestos a comprometerse. Dicho esto, aquellos que buscan la verdad sin prejuicios, aquellos que desafían lo que se les ha enseñado sin un análisis crítico, demuestran un coraje singular. Su voluntad de explorar y cuestionar la realidad establecida es el reflejo de una búsqueda de la verdad sin límites predefinidos.
La fe y la razón no son opuestas, sino caras de una misma moneda. La búsqueda de la verdad puede manifestarse a través de múltiples caminos, tanto en la fe en lo divino, como en la exploración intelectual y racional. Estos pasajes no necesariamente deben converger, pero sí pueden coexistir en armonía, respetando la búsqueda individual de la verdad.
La duda sobre Dios ya no es vista hoy, como lo fue en los oscuros tiempos de la Inquisición, como un obstáculo para la fe, sino como un estímulo para una cogitación enriquecedora de la espiritualidad. Kierkegaard señalaba que para ser un verdadero cristiano se debe primero cuestionar la fe, perderla y renacer en ella. El concepto de la negación de Dios, por lo tanto, lejos de ser un obstáculo para la comprensión espiritual, es el camino a la verdad, viaje individual que asume múltiples formas, incluyendo el escepticismo, primer paso hacia la duda, y de allí a la probabilidad, comprensión primigenia de la inmortalidad del presente y la espiritualidad.
A diferencia del agnóstico, el ateo se ve en la necesidad de desentrañar qué o quién es Dios no sólo para una sino para todas las religiones. En su esfuerzo por demostrar su inexistencia se ve en la necesidad de definirlo, forjando argumentos que si bien son válidos en el campo de la ciencia, y si bien refutan desde la arqueología la creencia literal de los pasajes simbólicos de las escrituras, pierden validez cuando se aplica a los creyentes que ven en Dios en sus atributos, sean estos volitivos o emotivos, como en los santos y visionarios –“El amor es más importante que Dios”, Böhme–, o racionales, como en Kant –no un ser antropomórfico sino una idea universal a-priori de la razón–.
Cioran escribió que sin Bach Dios sería un personaje de segunda categoría; su aforismo evidencia la función trascendental del arte. Hegel define el arte como la expresión sensible de la idea, pero dicha sensibilidad es, ipso facto, psíquica. El arte es la expresión espiritual de aquello que la ciencia no puede aprehender: un amor, una espera, un pensamiento, una corazonada, una historia que contar, más aún si ésta es el descubrimiento de Dios, la inmortalidad y un mundo de delicias futuras que prescinda del tiempo y del espacio, categorías propias a este universo según Swedenborg, y que Kant plagió y adaptó a su filosofía como categorías universales de la intuición.
La escritura, como arte, es anterior a la realidad fenoménica del hombre, y es a partir de ella que la civilización es creada; sin deseos y formulaciones abstractas lo concreto sería imposible de realizar.
El ateísmo sincero y abierto al debate, encuentra así en los atributos divinos de la verdad, el amor y la compasión un punto en común con las religiones, rescatando de éstas su mejor faceta. La reflexión del ateo es así no sólo válida, sino necesaria como herramienta que renueva el crecimiento espiritual.
No hay un juicio sobre aquellos que dudan o cuestionan la existencia de lo divino. La duda no es una barrera para la comprensión espiritual, sino un catalizador para una comprensión y una búsqueda más significativa. Cada persona tiene su propio viaje y su propia manera de acercarse a la verdad, y este proceso debe ser respetado y apreciado.
Joseph Campbell, un ateo creyente
A través del estudio comparativo de las religiones, Joseph Campbell ha contribuido significativamente a una aceptación secular de la mística religiosa. Campbell se describía a sí mismo como "agnosticismo positivo". Esto significaba que no afirmaba tener certeza sobre la existencia o inexistencia de Dios, sino que se enfocaba más en los aspectos mitológicos y simbólicos de las religiones y su impacto en la cultura y la psique humana. A pesar de no identificarse específicamente como creyente, sus investigaciones y escritos estuvieron profundamente interesados en el significado y la influencia de las religiones en la historia y la sociedad humanas.
Campbell citaba con frecuencia a sobre la evolución de las eras religiosas, citando a un abad del siglo XII, Joaquín de Flora, quien previó la disolución de la Iglesia cristiana y la comunicación directa del Espíritu Santo con la humanidad. Campbell profundiza en esta noción, estableciendo paralelos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en diferentes períodos históricos; la era del padre correspondería a la del Antiguo Testamento; la del Hijo al Cristianismo y la del Espíritu Santo a un mundo en que cada ser humano se convierte en un templo de Dios, y en donde nadie miente, roba o mata.
Campbell fomenta en sus libros un acercamiento al arte, señalando a menudo la función profética de los poetas, al tiempo que aconseja un alejamiento de las estructuras religiosas tradicionales y un avance hacia un encuentro más personal y experiencial con la espiritualidad.
“Después de la Caída en el Huerto, dijo, Dios tuvo que compensar el desastre y reintroducir el principio espiritual en la historia. Eligió una raza para convertirse en vehículo de esta comunicación, y esa es la era del Padre y de Israel. Y luego esta raza, habiendo sido preparada como raza sacerdotal, competente para llegar a ser vaso de la Encarnación, produce al Hijo. Así, la segunda edad es la del Hijo y la Iglesia, cuando no una sola raza sino toda la humanidad ha de recibir el mensaje de la voluntad espiritual de Dios.
La tercera era, que este filósofo [Joaquín de Flora] dijo que estaba a punto de comenzar en 1260, es la era del Espíritu Santo, que Dios habla directamente al individuo. Quien encarna o trae a su vida el mensaje de la Palabra es equivalente a Jesús, ese es el sentido de esta tercera edad. Así como Israel se ha vuelto arcaico por la institución de la Iglesia, así la Iglesia se vuelve arcaica por la experiencia individual[15]”.
[1] Wheen, Francis. (Op. cit.). Página 379.
[2] Deleuze, G. (1965). “Mais déjà saint Paul fonde le christianisme sur l'idée que le Christ meurt pour nos péches”. Nietzsche. PUF, 30.
[3] Jones, J. M. (2022, June 17). Belief in God in U.S. Dips to 81%, a New Low. POLITICS. https://news.gallup.com/poll/393737/belief-god-dips-new-low.aspx
[4] Ver Harris, R. L. (2014). Lourdes: Body and Spirit in the Secular Age. Penguin UK, y Duchaussoy, J. (2014). The Miracles of Lourdes: A Personal Account of the New Testament. Gracewing Publishing.
[5] Unamuno, M. de. (1930). El sentimiento trágico de la vida. Madrid, Renacimiento, 31.
[6] Sartre, J. P. (1943). L'Être et le Néant. Gallimard, 446.
[7] Darwin, Charles (1971). “The vigorous, the healthy, and the happy survive and multiply.”The Origin of Species. J.M. Dent & Sons Ltd, 79.
[8] Habermas, J. (1984). The Theory of Communicative Action (Vol. 1). Beacon Press.
[9] '[Some people believe that] acts inspired by certain emotions are good, and those inspired by certain other emotions are bad. Mystics hold this view, and have accordingly a certain contempt for the letter of the law'. Russel, Bertrand, 'Ethics' in An outline of Philosophy (London: Allen & Unwin, 1929), p. 237.
[10] Knowlson, James (1996). “He still joked occasionally about the Nazi threat, passing on to Arland Ussher the latest definition of an Aryan: “He must be blond like Hitler, thin like Goering, handsome like Goebbels, virile like Roehm—and be called Rosenberg?”. Damned to fame: the life of Samuel Beckett. Simon & Schuster, 273.
[11] Qour'an (1999). “Seigneur, accorde-moi un Houkm (la sagesse, la connaissance et la comprehension des lois religieuses) et fais-moi rejoindre les gens de bien”. Tr. Cheikh Bourei'ma Abdou Daouda. Daroussalam, 527.
[12] Shaw, George Bernard (1903). “The reasonable man adapts himself to the world : the unreasonable one persists in trying to adapt the world to himself. Therefore all progress depends on the unreasonable man.
The man who listens to Reason is lost : Reason enslaves all whose minds are not strong enough to master her.” Man and Superman, a Comedy and a Philosophy. Brentano, 238.
[13] Walsch, N. D. (1996). Conversations with God: An Uncommon Dialogue. Hodder Headline Australia, 4.
[14] Homes Dudden, F. (1905). Gregory the Great. His place in history and thought (Vol. 2) - Prosperi Cont. Havniensis ap. M. G. SS. antiq. ix. Longmans, Green and Co, p. 339.
[15] Campbell, J. (1988). The Power of Myth. Anchor Books, 179.



















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